¿Cómo me reencuentro?
Querido diario:
¿Tú alguna vez te has perdido? Yo a veces me pierdo, y tantas de esas me cuesta encontrar el camino. ¿Cómo me reencuentro? aquí te lo cuento.
Vivo perdida por un rato rebuscando en mis pasos y sacudiendo mis zapatos. En ocasiones me dejo listones amarrados en el camino para regresar con más destreza, otras de esas ni me acuerdo de los listones y vivo un rato así, sin norte, ni sur, ni oeste, ni este, sin brújula, ni mapas y visito otros mares, y me la paso escudriñando mi lugar: un día me quedo en el cuarto, otro en la cocina, me paso por el estudio, me acomodo en la sala que también es comedor y me quedo un rato en el baño, si soy aventurera asomo la nariz más allá de mi casa y busco por fuera lo que he perdido.
¿Qué se perdió?
De vez en cuando se me pierde algo de tamaño grande, que no tardo en hallar.
Hay más problema cuando lo que se pierde es pequeñísimo, minúsculo, que tengo que buscar con lupa. Si me va bien agudizo el ojo y lo encuentro entre las lozas, o debajo de la cama, entre las almohadas o en la ducha.
Pero si me es más difícil tengo que rebuscar en el chai, en el té de estado de ánimo, en la parte de atrás del refrigerador, entre la ropa sucia, entre mis libros.
Y si se pone mucho más complicado, no sé ni que se me ha perdido.
La mera verdad, generalmente me encuentro dentro pero fuera de mi cabeza. Me encuentro en el rayito de sol que entra entre las persianas, el poquito de oxigeno que me dan y me roban a la vez mis plantas, en el ronroneo de mi gata y su ojos de cielomar, en la colita juguetona del perrito que pone su cabeza en mi mano, en las lumbreras color universo que me miran por las mañanas y me descubren con sus besos.
Me encuentro con el vapor del agua calientita en la regadera, en el té que elijo por las mañanas, en la oportunidad de mover el cuerpo soltar la polilla que se acumula en las noches; muchas veces me encuentro en este diario, en las palabras que se me deslizan por mis huesos largos; en los tlacoyos con champiñones y guacamole, o el chile relleno de queso Oaxaca, en el agua cristalina que resbala mi garganta, en el chai con leche de almendras por la tarde, en las voces de los que amo.
Aunque a menudo se me olvida, sí, todo eso se me olvida.
Aunque a menudo se me olvida, sí, todo eso se me olvida. Y camino en círculos, me sostengo la cabeza y me creo todo lo que pienso. Me pierdo en ideas mal contadas, en irrealidades y comienzo a contarme puras historias tristes, pero muy tristes y me enfoco en las vidas perfectas, en las vidas inhumanas, en la rapidez de los anhelos; me enfoco en lo que no tengo, lo que me falta, en lo que no puedo y me hago pequeñita, una bolita sin color sobre la cama.
Me pierdo, y se me hacen los ojos agüita, se me tapa la nariz, se me deshacen los chinos y solo uso pijama. Me comienzo hablar feo, feo de “adeverás” y me vuelvo distante o talluda como cuando dejas las tortillas orearse.
Bueno, todo eso no es tan malo porque en algunos casos me hace procesar y reevaluar mi vida. Pero cuando dura mucho tiempo, que mucho tiempo puede ser como un día o varias horas de la vida, me preocupo, entonces abrazo mucho al hombre que me acompaña, sino funciona del todo hago mi maleta, meto lo indispensable: una libreta pequeña, unas plumas, crayolas, medicina para la alergia, el paracetamol, libros, mi Kindle, la computadora, un labial rojo, calzones, una que otra ropa y me voy para el mar, a conectar con mis raíces, con mis inicios, con la brisa, con el sol, con las estrellas y me reciben con gusto.
Entonces regreso a casa, vuelvo al vientre materno, a los brazos de mi gordo y me reinicio, me reinicio a veces con violencia, otras con paz. Se me mete el verano eterno, no necesito mapas ni listones, la boca se me llena de groserías y de afectos, recupero el sabor, se me destapa la nariz con el viento y mi agenda comienza a tener cosas que me importan en la vida.
Y así regreso en casos extremos cuando me pierdo.
Seguidamente retorno a mi apartamento de Coyoacán a abrazar más y más a mi incondicional, que me ayuda a deshacer la maleta, para después, meternos en la cama a aprovechar el frío de las sábanas y hablarnos mucho y escucha atento mi historia sobre mi reencuentro.
Con el tiempo todo esto se vuelve más fácil, la vida se vuelve más fácil. Además, ya agradezco perderme las veces necesarias para así volver a encontrarme.
Con amor: Paloma
PD: Permítete perderte para reencontrarte.
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